ñor como una tromba armónica, como una gigantesca espiral de sonoro incienso:
Anditu meo dabis gaudium et lístitiam, et texultabunt ossa humiliata.
En este punto la claridad deslumbradora cegó los ojos del romero, sus sienes latieron con violencia, zumbaron sus oídos, y cayó sin conocimiento por tierra, y nada más oyó.
Al día siguiente, los pacíficos monges de la abadía de Fitero, á quienes el hermano lego había dado cuenta de la extraña visita de la noche anterior,
vieron entrar por sus puertas, pálido y como fuera de sí, al desconocido romero.
— ¿Oísteis al cabo el Miserere? le preguntó con cierta mezcla de ironía el lego, lanzando á hurtadillas una mirada de inteligencia á sus superiores.
— Sí, respondió el músico.
— ¿Y qué tal os ha parecido?
— Lo voy á escribir. Dadme un asilo en vuestra casa, prosiguió dirigiéndose al abad; un asilo y pan por algunos meses, y voy á dejaros una obra inmortal del arte, un Miserere que borre mis culpas á los ojos de Dios, eternice mi memoria, y eternice con ella la de esta abadía.