la libre imaginación por medio de los preceptos del arte.
La arquitectura árabe parece la hija del sueño de un creyente dormido después de una batalla á la sombra de una palmera. Sólo la religión, que con tan brillantes colores pirña las huríes del paraíso y sus embriagadoras delicias, pudo reunir las confusas ideas de mil diferentes estilos y entretejerlos en la forma de un encaje. Sus gentiles creaciones no son más que una hermosa página del libro de su legislador poeta, escrita con alabastro y estuco en las paredes de una mezquita ó en las tarbeas de un aljama.
La Religión del Crucificado tradujo el Apocalipsis y las fantásticas visiones de los eremitas. La luz y las sombras, la sencilla parábola y el oscuro misterio se dan la mano en ese poema místico del sacerdote, interpretado por el arte, al que la Edad Media prestó sus severas y melancólicas tintas.
Ni Roma ni Bizancio tuvieron una arquitectura absolutamente original y completa: sus obras fueron modificaciones, no creaciones, porque como dejamos dicho, sólo una nueva religión puede crear una nueva sociedad, y sólo en ésta hay poder de imaginación suficiente á concebir un nuevo arte. Roma no fué más que el espíritu de Grecia encarnado en un gran pueblo, y Bizancio el cadáver galvanizado del Imperio, eslabón que en la cadena