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Las hojas secas.

— Nosotras les servíamos de dosel y los defendíamos de los importunos rayos del sol.

— Nuestra vida pasaba como un sueño de oro, del que no sospechábamos que se podría despertar.

— Una hermosa tarde en que todo parecía sonreír á nuestro alrededor, en que el sol poniente encendía el ocaso y arrebolaba las nubes, y de la tierra ligeramente húmeda se levantaban efluvios de vida y perfumes de flores, dos amantes se detuvieron á la orilla del agua y al pie del tronco que nos sostenía.

— ¡Nunca se borrará ese recuerdo de mi memoria! Ella era joven, casi una niña, hermosa y pálida. Él le decía con ternura: — ¿Porqué lloras? — Perdona este involuntario sentimiento de egoísmo, le respondió ella enjugándose una lágrima; lloro por mí. Lloro la vida que me huye: cuando el cielo se corona de rayos de luz, y la tierra se viste de verdura y de flores, y el viento trae perfumes y cantos de pájaros y armonías distantes, y se ama y se siente una amada, ¡la vida es buena! — ¿Y por qué no has de vivir? insistió él estrechándole las manos conmovido. — Porque es imposible. Cuando caigan secas esas hojas que murmuran armoniosas sobre nuestras cabezas, yo moriré también, y el viento llevará algún día su polvo y el mío ¿quién sabe adonde?

— Yo lo oí y tú lo oiste, y nos estremecimos y ca-