nates que en época posterior restauraron la iglesia, imprimiéndole el carácter ojival. En ninguno de estos monumentos funerarios encontré un blasón que tuviese siquiera un cuartel del que se veía en la repisa de la estatua del ábside. ¿Quién podría ser entonces?
Es muy común encontrar en las portadas de las catedrales, en los capiteles de los claustros y las entre ojivas de la urna de los sepulcros góticos multitud de figuras extrañas, y que no obstante se refieren sin duda á personajes reales, indescifrable simbolismo de los escultores de aquella época con el cual escribían á la manera que los egipcios en sus obeliscos, sátiras, tradiciones, páginas personales, caricaturas ó fórmulas cabalísticas de alquimia ó adivinación. Cuando la inteligencia se ha acostumbrado á deletrear esos libros de piedra, poco á poco se va haciendo la luz en el caos de líneas y accidentes que ofrecen á la mirada del profano, el cual necesita mucho tiempo y mucha tenacidad para iniciarse en sus fórmulas misteriosas y sorprender una á una las letras de su escritura jeroglífica. A fuerza de contemplación y meditaciones, yo había llegado por aquella época á deletrear algo del oscuro germanismo de los monumentos de la Edad Media; sabía buscar en el recodo más sombrío de los pilares acodillados el sillar que contenía la marca masónica de los constructores; cal-