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Desde mi cleda.

era de lo más expansivo con que he topado en mi vida, mostrando tal afán por enredar conversación sobre cualquiera cosa, que no perdonaba coyuntura. Primero suplicó al inglés le hiciese el favor de colocar un cestito con dos botellas en la bolsa del coche que tenía más próxima: el inglés entreabrió los ojos, alargó una mano, y lo hizo sin contestar una sola palabra á las expresivas frases con que le agradeciera el obsequio. De seguida se dirigió á la joven para preguntarle si la señora que la acompañaba era su mamá. La joven le contestó que no con una desdeñosa sobriedad de palabras. Después se encaró conmigo, deseando saber si seguiría hasta Pamplona: satisfice esta pregunta, y él, tomando pie de mi contestación, dijo que se quedaba en Tudela; y apropósito de esto, habló de mil cosas diferentes y todas á cual de menos importancia, sobre todo, para los que le escuchábamos. Cansado de su desesperante monólogo ó agotados los recursos de su imaginación, nuestro buen hombre, que por lo visto se fastidiaba á más no poder dentro de aquella atmósfera glacial y afectada, tan de buen tono entre personas que no se conocen, comenzó á poco, sin duda para distraer su aburrimiento, una serie de maniobras á cual más inconvenientes y originales. Primero cantó un rato á media voz alguna de las habaneras que habría oído en Madrid á la criada de la casa de pupilos; des-