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Gustavo A. Becquer.

sol: se apaga ó se enciende la luz, y es por la única cosa que lo advertimos.

Al fin rompo la faja del periódico, y comienzo á pasar la vista por sus renglones hasta que gradualmente me voy engolfando en su lectura, y ya ni veo ni oigo nada de lo que se agita á mi alrededor. El viento sigue suspirando entre las copas de los árboles, el agua sonriendo á mis pies, y las golondrinas, lanzando chillidos agudos, pasan sobre mi cabeza; pero yo, cada vez más absorto y embebido con las nuevas ideas que comienzan á despertarse á medida que me hieren las frases del diario, me juzgo trasportado á otros sitios y á otros días. Paréceme asistir de nuevo á la Cámara, oir los discursos ardientes, atravesar los pasillos del Congreso, donde, entre el animado cuchicheo de los grupos se forman las futuras crisis; y luego veo las secretarías de los ministerios en donde se hace la política oficial; las redacciones donde hierven las ideas que han de caer al día siguiente como la piedra en el lago, y los círculos de la opinión pública que comienzan en el Casino, siguen en las mesas de los cafés y acaban en los guardacantones de las calles. Vuelvo á seguir con interés las polémicas acaloradas, vuelvo á reanudar el roto hilo de las intrigas, y ciertas fibras embotadas aquí, las fibras de las pasiones violentas, la inquieta ambición, el ansia de algo más perfecto, el afán de