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Página:Obras de Bécquer - Vol. 2.djvu/295

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Desde mi celda.

quiso probar bocado, y murió de hambre dejándome en la miseria! decía uno. — ¡Tú has hecho mal de ojo á mi hijo, y lo sacas de la cuna y lo azotas por las noches! añadía el otro; y cada cual exclamaba por su lado: ¡Tú has echado una suerte á mi hermana! ¡Tú has ligado á mi novia! Tú has emponzoñado la hierba! ¡Tú has embrujado al pueblo entero!

Yo permanecía inmóvil en el mismo punto en que me había sorprendido aquel clamoreo infernal, y no acertaba á mover pie ni mano, pendiente del resultado de aquella lucha.

La voz de la tía Casca, aguda y estridente, dominaba el tumulto de todas las otras voces que se reunían para acusarla, dándole en el rostro con sus delitos, y siempre gimiendo, siempre sollozando, seguía poniendo á Dios y á los santos Patronos del lugar por testigos de su inocencia.

Por último, viendo perdida toda esperanza, pidió como última merced que la dejasen un instante implorar del cielo, antes de morir, el perdón de sus culpas, y de rodillas al borde de la cortadura como estaba, la vieja inclinó la cabeza, juntó las manos y comenzó á murmurar entre dientes qué sé yo qué imprecaciones ininteligibles: palabras que yo no podía oir por la distancia que me separaba de ella, pero que ni los mismos que estaban á su lado lograron entender. Unos aseguran que habla-