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Desde mi celda.

para la función que iba á verificarse á la mañana siguiente, Dorotea se sentó triste y pensativa á la puerta de su casa. Unas mucho, otras poco, todas las muchachas del pueblo habían traído algo de Tarazona para lucirse en el Mayo y en el baile de la hoguera, en particular sus vecinas, que sin duda, con intención de aumentar su despecho, habían tenido el cuidado de sentarse en el portal á coserse las sayas nuevas y arreglar los dijes que les habían feriado sus padres. Sólo ella, la más guapa y la más presumida también, no participaba de esa alegre agitación, esa prisa de costura, ese animado aturdimiento que preludian entre las jóvenes, así en las aldeas como en las ciudades, la aproximación de una solemnidad por largo tiempo esperada. Pero, digomal, también Dorotea tenía aquella noche su quehacer extraordinario; mosén Gil le había dicho que amasase para el día siguiente veinte panes más que los de costumbre, á fin de distribuírselos á los pobres, después de concluida la misa.

Sentada estaba, pues, á la puerta de su. casa la malhumorada sobrina del cura, barajando en su imaginación mil desagradables pensamientos, cuando acertó á pasar por la calle una vieja muy llena de jirones y de andrajos que, agobiada por el peso de la edad, caminaba apoyándose en un palito.

Hija mía, exclamó al llegar junto á Dorotea,