domingos en la plaza del lugar, y emperegilada con una mezquina saya de paño rojo, franjada de vellorí, sino á gozar del Paraíso eterno, danzando en torno de la lumbre inextinguible, y vestida de la gracia divina, que es el más hermoso de todos los vestidos imaginables. Pero váyale usted con estas evangélicas filosofías á una muchacha de diez y ocho años, amiga de parecer bien, aficionada á perifollos, con sus ribetes de envidiosa y con unas vecinas en la casa de enfrente, que hoy estrenan un apretador amarillo, mañana un jubón negro, y el otro una saya azul turquí con unas franjas rojas que deslumbran la vista y llaman la atención de los mozos á tres cuartos de hora de distancia.
El bueno de mosén Gil podía considerar perdido su sermón, aunque no predicase en desierto, pues Dorotea, aunque callada y no convencida, seguía mirando de mal ojo á los pobres que continuamente asediaban la puerta de su tío, y prefiriendo un buen jubón y unas agujetas azules de las que miraba suspirando, en la calle de Botigas, cuando por casualidad iba á Tarazona, á todos los adornos y galas que en un futuro, más ó menos cercano, pudieran prometerle en el Paraíso en cambio de su presente resignación y desprendimiento.
En este estado las cosas, una tarde, víspera del día del santo Patrono del lugar, y mientras el cura se ocupaba en la iglesia en tenerlo todo dispuesto