cen bien á los suyos en la otra vida, sino que les da en ésta cuanto ambicionan. Primero te pedí por el que tú conoces; ahora torno á demandarte socorro por el que yo reverencio.
— ¡Bah, bah! dejadme en paz, que no estoy de humor para oir disparates, dijo Dorotea, que juzgó loca ó chocheando á la haraposa vieja que le hablaba de un modo para ella incomprensible. Y sin volver siquiera el rostro, al despedirla tan bruscamente, hizo ademán de entrarse en el interior de la casa; pero su interlocutora, que no parecía dispuesta á ceder con tanta facilidad en su empeño, asiéndola de la saya la detuvo un instante, y tornó á decirla:
— Tú me juzgas fuera de mi juicio; pero te equivocas, te equivocas, porque no sólo sé bien lo que yo hablo, sino lo que tú piensas, como conozco igualmente la ocasión de tus pesares.
Y cual si su corazón fuese un libro y éste estuviera abierto ante sus ojos, repitió á la sobrina del cura, que no acertaba á volver en sí de su asombro, cuantas ideas habían pasado por su mente, al comparar su triste situación con la de las otras muchachas del pueblo.
— Mas no te apures, continuó la astuta arpía después de darle esta prueba de su maravillosa perspicacia; no te apures: hay un señor tan poderoso como el de mosén Gil, y en cuyo nombre me