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La promesa.

conde no es más que un galán de justas, un lidiador de cortesía.

Al llegar á este punto, Margarita levantó sus ojos llenos de lágrimas para fijarlos en los de su amante, y removió los labios como para dirigirle la palabra; pero su voz se ahogó en un sollozo.

Pedro, con acento aún más dulce y persuasivo, prosiguió así:

— No llores, por Dios, Margarita; no llores, porque tus lágrimas me hacen daño. Voy á alejarme de tí; mas yo volveré después de haber conseguido un poco de gloria para mi nombre oscuro...

El cielo nos ayudará en la santa empresa; conquistaremos á Sevilla, y el rey nos dará feudos en las riberas del Guadalquivir á los conquistadores. Entonces volveré en tu busca y nos iremos juntos á habitar en aquel paraíso de los árabes, donde dicen que hasta el cielo es más limpio y más azul que el de Castilla.

Volveré, te lo juro; volveré á cumplir la palabra solemnemente empeñada el día en que puse en tus manos ese anillo, símbolo de una promesa.

— ¡Pedro! exclamó entonces Margarita dominando su emoción y con voz resuelta y firme: «Vé, vé á mantener tu honra;» y al pronunciar estas palabras, se arrojó por última vez en brazos de su amante. Después añadió con acento más sordo y