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Página:Obras de Bécquer - Vol. 2.djvu/39

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La promesa.

conde, y los campesinos que llegaban en numerosos grupos de los lugares cercanos vieron desplegarse al viento el pendón señorial en la torre más alta de la fortaleza.

Unos sentados al borde de los fosos, otros subidos en las copas de los árboles, éstos vagando por la llanura, aquéllos coronando las cumbres de las colinas, los de más allá formando un cordón á lo largo de la calzada, ya haría cerca de una hora que los curiosos esperaban el espectáculo, no sin que algimos comenzaran á impacientarse, cuando volvió á sonar de nuevo el toque de los clarines, rechinaron las cadenas del puente, que cayó con pausa sobre el foso, y se levantaron los rastrillos, mientras se abrían de par en par y gimiendo sobre sus goznes las pesadas puertas del arco que conducía al patio de armas.

La multitud corrió á agolparse en los ribazos del camino para ver más á su sabor las brillantes armaduras y los lujosos arreos del séquito del conde de Gómara, célebre en toda la comarca por su esplendidez y sus riquezas.

Rompieron la marcha los farautes, que deteniéndose de trecho en trecho, pregonaban en alta voz y á son de caja las cédulas del rey llamando á sus feudatarios á la guerra de moros, y requiriendo á las villas y lugares libres para que diesen paso y ayuda á sus huestes.