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Página:Obras de Bécquer - Vol. 2.djvu/71

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El beso.

A medida que las libaciones se hacían más numerosas y frecuentes, y el vapor del espumoso Champagne comenzaba á trastornar las cabezas, crecían la animación, el ruido y la algazara de los jóvenes, de los cuales éstos arrojaban á los monges de granito adosados en los pilares los cascos de las botellas vacías, y aquéllos cantaban á toda voz canciones báquicas y escandalosas, mientras los de más allá prorumpían en carcajadas, batían las palmas en señal de aplauso, ó disputaban entre sí con blasfemias y juramentos.

El capitán bebía en silencio como un desesperado y sin apartar los ojos de la estatua de doña Elvira.

Iluminada por el rojizo resplandor de la hoguera, y á través del confuso velo que la embriaguez había puesto delante de su vista, parecíale que la marmórea imagen se trasformaba á veces en una mujer real; parecíale que entreabría los labios como murmurando una oración; que se alzaba su pecho como oprimido y sollozante; que cruzaba las manos con más fuerza; que sus mejillas se coloreaban, en fin, como si se ruborizase ante aquel sacrilego y repugnante espectáculo.

Los oficiales, que advirtieron la taciturna tristeza de su camarada, le sacaron del éxtasis en que se encontraba sumergido, y presentándole una copa, exclamaron en coro: