ra disculparme de no hablar del amor. Te lo confesaré ingenuamente; tengo miedo.
Algunos días, sólo algunos, y te lo juro, te hablaré del amor á riesgo de escribir un millón de disparates.
¿Por qué tiemblas? dirás sin duda. ¿No hablan de él á cada paso las gentes que ni aun lo conocen?
¿Por qué no has de hablar tú, tú que dices que lo sientes?
¡Ay! acaso por lo mismo que ignoran lo que es, se atreven á definirlo...
¿Vuelves á sonreirte?
Créeme; la vida está llena de estos absurdos.
¿Qué es el amor?
A pesar del tiempo trascurrido, creo que debes acordarte de lo que te voy á referir. La fecha en que aconteció, aunque no la consigne la historia, será siempre una fecha memorable para nosotros.
Nuestro conocimiento sólo databa de algunos meses; era verano y nos hallábamos en Cádiz. El rigor de la estación no nos permitía pasear sino al amanecer ó durante la noche. Un día... digo mal, no era día aún, la dudosa claridad del crepúsculo