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La Pereza.

¡Heureux les morís, éternels paresseux!

Esa pereza eterna del cadáver, cómodamente tendido sobre la tierra blanda y removida de la sepultura, no me disgusta del todo; sería tal vez mi bello ideal, si en la muerte pudiera tener la conciencia de mi reposo. ¿Será que el alma desasida de la materia vendrá á cernerse sobre la tumba, gozándose en la tranquilidad del cuerpo que la ha alojado en el mundo?

Si fuera así, decididamente me hacía partidario del tan repetido y manoseado «reposo de la tumba», tema favorito de los poetas elegiacos y llorones, y aspiración constante de las almas superiores y o comprendidas. Pero... ¡la muerte!

«¿Quién sabe lo que hay detrás de la muerte?» — pregunta Hamlet en su famoso monólogo, sin que nadie le haya contestado todavía. Volvamos, pues, á la pereza de la vida, que es lo más positivo.

La mejor prueba de que la pereza es una aspiración instintiva del hombre, y uno de sus mayores bienes, es que, tal como está organizado este pícaro mundo, no puede practicarse, ó al menos su práctica es tan peligrosa, que siempre ofrece por perspectiva el hospital. Y que el mundo, tal como le conocemos hoy, es la antítesis completa del paraíso de nuestros primeros padres, también