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Roncesvalles.

Anchas y oscuras losas sepulcrales señalan en el pavimento el sitio donde duermen el eterno sueño de la muerte los religiosos y guerreros que buscaron este lugar para su última morada. Recorriendo las sombrías naves de la iglesia y oyendo las pisadas que repite el eco, prolongándolas por las subterráneas bóvedas, antiguo panteón de los canónigos, se recuerda el bellísimo verso en que dice Víctor Hugo:

Los sepulcros son las raíces del altar.

En el presbiterio, en una urna de jaspes, sobre la cual se ven sus estatuas, yacen juntos el fundador D. Sancho el Fuerte, de Navarra, y su mujer doña Clemencia. A un lado y otro del lucillo cuelgan aún dos trozos de la cadena que el valiente rey ganó en la batalla de las Navas de Tolosa.

La sacristía, que es de construcción moderna, guarda algunas antigüedades y pinturas de verdadero mérito. Entre las primeras, son notables varios efectos pertenecientes al pontifical del arzobispo de Reims, aquel famoso Turpín, por cuenta del cual Ariosto relató tantos absurdos en su célebre poema. Tampoco dejan de ser notables las mazas que la tradición asegura haber pertenecido á Roldan, y de las cuales la una es de hierro y la otra de bronce. En otro tiempo se conservaban