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Gustavo A. Becquer.

tico cuadro en que la vi destacarse, aquella figura me trajo á la memoria no sé qué recuerdos confusos de siglos y de gentes que han pasado; generaciones de las que sólo he visto un trasunto en las severas estatuas que duermen inmóviles sobre las losas de sus tumbas; pero que entonces me pareció verlas levantarse como evocadas por un conjuro para poblar aquellas ruinas.

La atmósfera de la tradición que aún se respira allí en átomos impalpables, comenzaba á embriagar mi alma, cada vez más dispuesta á sentir sin razonar, á creer sin discutir.

III.

Al caer la tarde salí de la población, con el objeto de dar una vuelta por los contornos y recorrer la reducida llanura y los estrechos desfiladeros, teatro de la famosa rota de los franceses.

Aún me durába la impresión recibida en el claustro del santuario; aún sentía abiertos los poros del alma y dispuesta la fantasía á exaltarse y á dar crédito á todo lo más extraordinario y maravilloso.

La historia crítica me había hablado en otra ocasión, desvaneciendo una multitud de errores que, á propósito de este hecho de armas, corre en-