Una calle corta, oscura y formada por casas desiguales y caprichosas, entre las que descollaban algunas, cuya masa imponente y denegrida acusaba su antigüedad, nos condujo á una gran plaza donde, según las indicaciones que traíamos, se debía de encontrar nuestro alojamiento. La posada, parador ó mesón donde al fin nos instalamos, á juzgar por la rápida y escudriñadora mirada que dirigimos á nuestro alrededor al traspasar sus umbrales, era una copia fiel de los históricos mesones que ya habíamos examinado en Castilla, y para cuya descripción puede aún aprovecharse algún párrafo de Cervantes. Con tal escrupulosidad se conservan en algunos puntos de España, la tradición de estos establecimientos públicos.
No obstante y en honor de la verdad, debemos decir que la cama y la cena sobrepujaron en bondad á la triste idea que de antemano nos habíamos formado de ellos, juzgando por el exterior del alojamiento.
Al día siguiente nuestro primer cuidado fué visitar el Castillo Real. La fundación de este castillo ó su completa renovación data del primer tercio del siglo XV, y se debe á D. Carlos III, de Navarra,