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Castillo Real de Olite.

chispas de fuego los acerados almetes; cuando el crepúsculo baña las ruinas en un tinte violado y misterioso, aún parece que la brisa de la tarde murmura una canción gimiendo entre los ángulos de la Torre de los Trovadores, y en alguna gótica ventana, en cuyo alféizar se balancea al soplo del aire la campanilla azul de una enredadera silvestre, se cree ver asomarse un instante y desaparecer una forma blanca y ligera.

Acaso es un girón de la niebla que se desgarra en los dentellados muros del castillo, tal vez su último rayo de luz que se desliza fugitivo sobre los calcinados sillares, ¿Pero quién nos impide soñar que es una mujer enamorada, que aún vuelve á oir el eco de un cantar grato á su oído?

Para el soñador, para el poeta; suponen poco los estragos del tiempo; lo que está caído se levanta, lo que no ve lo adivina, lo que ha muerto lo saca del sepulcro y le manda que ande, como Cristo á Lázaro.

Para el arqueólogo no se conservan en el castillo de Olite más que un determinado número de torreones, cuadrados los unos y cilindricos los otros, que refuerzan exterior é interiormente el doble lienzo de muralla que aún se tiene en pie y algunas construcciones aisladas, enriquecidas de lujosos ornamentos y que recuerdan al destacarse sobre el cielo, el airoso perfil de los minaretes moriscos.