nas ó porque no tenía qué: de todos modos, era feliz. Durante mi sueño creí percibir la música del baile y verla cruzar ante mis ojos, lanzando chispas de fuego de mil colores, y hasta me parece que bailé con ella.
La aventura de las esmeraldas se había traslucido, siendo objeto, cuando apareció en su secretaire, de las conversaciones de algunas damas elegantes.
Después de haberse visto el aderezo, ya no quedó lugar á dudas, y los ociosos comenzaron á comentar el hecho. Ella gozaba de una reputación intachable. A pesar de los extravíos y del abandono en que su marido la tenía, la calumnia no pudo jamás elevarse hasta el alto lugar en que la habían colocado sus virtudes; sin embargo, en esta ocasión comenzó á levantarse el venticello por donde comienza, según Don Basilio.
Un día en que me hallaba en un círculo de jóvenes, se hablaba de las famosas esmeraldas, y un fatuo dijo al fin, como terminando la cuestión:
— No hay que darle vueltas: esas joyas tienen un origen tan vulgar, como todas las que se regalan en este mundo. Pasó ya el tiempo en que los genios invisibles ponían maravillosos presentes debajo de la almohada de las hermosas, y el que hace un regalo de ese valor es con la esperanza de la recompensa... y esa recompensa, ¡quién sabe si se cobraría adelantada!...