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La venta de los gatos.

ro á la cual saqué yo cuando pequeña de la casa de expósitos: me pidieron los envoltorios con que la abandonaron y que yo conservaba, resultando al fin, que Amparo era hija de un señor muy rico, el cual trabajó con la justicia para arrancárnosla, y trabajó tanto, que logró conseguirlo. No quiero recordar siquiera el día que se la llevaron. Ella lloraba como una Magdalena, mi hijo quería hacer una locura, yo estaba como atontado, sin comprender lo que me sucedía. ¡Se fué! Es decir, no se fué, porque nos quería mucho para irse; pero se la llevaron, y una maldición cayó sobre esta casa. Mi hijo, después de un arrebato de desesperación espantosa, cayó como en un letargo: yo no sé decir qué me pasó; creí que se me había acabado el mundo.

Mientras esto sucedía, comenzóse á levantar el cementerio; la gente huyó de estos contornos, se acabaron las fiestas, los cantares y la música, y se acabó toda la alegría de estos campos, como se había acabado toda la de nuestras almas.

Y Amparo no era más feliz que nosotros; criada aquí al aire libre, entre el bullicio y la animación de la venta, educada para ser dichosa en la pobreza, la sacaron de esta vida, y se secó como se secan las flores arrancadas de un huerto para llevarlas á un estrado. Mi hijo hizo esfuerzos increíbles por verla otra vez, por hablarla un momento. To-