quierda, y escondiéndose por intervalos entre el follaje de sus orillas, el río se alejaba, besando los sauces que sombrean su ribera y estrellándose contra los molinos que detienen su curso, hasta bañar las blancas paredes de la fábrica de armas que aparece en su margen, en medio de un bosque de verdura. Cuanto se ofrecía á nuestros ojos formaba un conjunto pintoresco; pero diríase al contemplarlo que sobre aquel paisaje había extendido el otoño ese velo de niebla azulado y melancólico, en que se envuelve la naturaleza al sentir el soplo helado de sus tardes sin sol, ese silencio profundo, esa vaguedad sin nombre, imposible de expresar con palabras, que apoderándose de nuestro espíritu, lo sumerge en un océano de meditación y de tristeza imponderable. Claudio Lorena, en algunos de sus maravillosos países, ha logrado sorprender su secreto á la naturaleza, y ha reproducido ese último adiós del día, con todo el misterio, con toda la indefinible vaguedad que lo embellece.
Después de haber contemplado durante cortos momentos el panorama que hemos querido describir con algunos rasgos, comenzamos á descender á la llanura por una senda que nos mostró nuestro guía, y que baja serpenteando por la falda de la eminencia en que se halla el hospital de que más arriba se hizo mención.