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M. AURELIO.—SOLILOQUIOS.

en sí mismas, haciendo la división de su materia, forma y fin.

El hombre tiene tanta facultad[1], que pende de su arbitrio el no hacer sino aquello que ha de ser del agrado de Dios, y admitir con gusto todo lo demás que el mismo Dios le enviare.

En lo que es subsiguiente[2] y conforme á la Naturaleza no debe uno quejarse contra los dioses, porque ni voluntaria ni involuntariamente faltan en cosa alguna, ni contra los hombres, porque en.nada yerran espontáneamente, de modo que no se debe culpar á nadie.

|Cuán ridículo y extravagante es aquel que se admira de cosa alguna de cuantas pasan en esta vida! O domina una fatal necesidad[3] é inviolable[1] Acerca de esta prerrogativa humana, dada en la primera constitución como un don gracioso sin el cual pudo Dios criar al hombre, y perdida por el pecado de Adán, podemos decir ahora: Nos quoque floruimus, sed flos fuit ille caducus.

[2] Los Estoicos con estas expresiones, to ts 1i qúoa to daóloubov 11 gúoe , significaban que todos los suce- 8os humanos eran unos efectos que levaba de su cosecha la Naturaleza universal, á quien reputaban por impecable, y al hombre que faltase en algo sin querer juzgaban por digno de perdón.

[3] M. Aurelio con este modo de discurrir da á entender que la luz de la razón manifestaba á los hombres el inodo de concordar el humano albedrío con la econonia divina. No reina el hado, visto que la razón nos mueve á ser industriosos y que nada seria más contra razón que oponer la fuerza humana á la fatal necesidad de una serie inevitable, ni todos los dioses, asidos cada uno de su argolla, podrían prevalecer contra el Jove de Homero, de quien pendiese la cuando


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