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ya las tórtolas gimiendo,
ya las alondras cantando.

 Y en dulce tropel hirviente
livianos los ecos luchan,
fatigando el manso ambiente,
por repetir dulcemente
lo que dulcemente escuchan.

 Y los sentidos atentos
á tan deliciosos sones,
¡oh! cómo escuchan contentos
las acordadas canciones
de los acordados vientos!

 —Al ver tanto bien, mi estrella
me acuerda los que gocé
en el regazo de aquella
que loco por bella amé,
y me despreció por bella.

 No es la luz de la mañana
cuando del valle lozana
las plácidas flores pisa,
tan hechicera y galana
como su dulce sonrisa.

 Tanto se hace de temer
el oro de sus cabellos,
que menos es menester