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mos en vista; apartémonos de los frondosos bosques y trepemos á lo más alto de las cimas de la montana. Védla cubierta tambien de vegetales, de vegetales hermanos de aquellos cuya belleza y riquísimo ropaje no ha mucho admirábamos. Son Mirtáceas, Melastomáceas, Sinantéreas, Rubiáceas y muchas otras familias representadas en la selva de que acabamos de salir; pero ¡qué diferencia de aspecto! ¡qué tortuosidad de gajos! ¡qué hojas tan velludas y tan ásperas, qué follaje tan pobre en cada ramo y qué ramaje tan escaso en cada tronco!

¡Ah , señores! es que aquellos pobres y toscos proletários son los descendientes de millares de generaciones de proletários como ellos y como ellos condenados á colonizar, de padres á hijos, aquellas pedregosas y ásperas cimas. Pero tranquilizaos respecto del destino de estos heroicos montaneses! No moriran al frio de las irradiaciones noctunas, tan temibles en las cumbres de las sierras, ni sucumbirán ateridos á los rigores de los vientos de la cordillera, porque de sus antepasados y desde muchos siglos atrás, aprendieron á luchar contra el rigor de los ardores del estio y las inclemencias del invierno.

Así como las espumas salitrosas del mar no pueden tostar más el rostro del pescador curtido por los anos, ni el arado encallecer la mano endurecida del labrador, así tambien acontece á estos vegetales de la montana que os presento. Aquella envoltura de corteza que á manera de un manto de invierno abriga su tronco y sus gajos; aquella pelusa que como túnica de lana cubre la superfície de las hojas, son património hereditário é