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CAPITULO XIX


EN QUE SE RELATAN LAS TRISTES CONSECUENCIAS QUE TUVO PARA OLIVERIO UN INTENTO DE ROBO CON FRACTURA


Al despertar por la mañana Oliverio quedó agradablemente sorprendido viendo en lugar de su viejo calzado ordinario un par de zapatos nuevos con gruesas suelas. Tuvo un acceso de alegría; pero muy pronto recordó su conversación de la noche anterior con el judío, y volvieron á asaltarle mil temores.

Próximo al anochecer, solo en la estancia, y sin pensar en otra cosa que en sus amigos de Pontonville, sintió de pronto un ligero ruido que le hizo estremecerse. Anita había entrado en la cocina. Estaba muy pálida. Le preguntó afectuosamente si estaba enferma; ella se dejó caer en una silla volviéndole la espalda, se retorció las manos y no respondió.

—¡Dios me perdone!—dijo después de un breve silencio—. ¡Nunca hubiera creído esto!

—¿Le ha sucedido á usted algo?—preguntó Oliverio—. ¿Puedo serIe útil en alguna cosa? ¡Disponga usted de mí!

Conmovida la joven, se llevó la mano á la garganta y lanzó un sordo gemido: parecía ahogarse.

—¿Qué tiene usted, Anita?-preguntó Oliverio muy inquieto.