aprovechando. Pero ninguna de ellas igualó en popularidad á otra novela griega muy posterior, comúnmente atribuida á San Juan Damasceno (siglo VIII), la Historia de Barlaam y Josafat, libro de procedencia oriental, en que aparece cristianizada la leyenda del príncipe Sakya Muni, tal como se ha conservado en el Lalita Vistara y en otros textos budistas. No afirmamos, de ningún modo, que á esta novela ascética se limitase la influencia del extremo Oriente sobre la antigüedad griega. Otra no menos profunda, pero más tardía, ejercieron las colecciones de cuentos, el libro de Calila y Dina, traducido en el siglo XI por Simeón Sethos, el Sendebar transformado en Sintypas por el gramático Miguel Andreópulos. Estos apólogos y ejemplos traducidos del siriaco ó del árabe procedían de versiones persas de libros sánscritos, y sin entrar aquí en su embrollada historia, baste consignar que fué Bizancio uno de los focos por donde penetraron en Europa, así como otro fué la España musulmana, que transmitió á nuestra literatura versiones independientes de las demás occidentales, ya en la forma latina de la Disciplina clericalis, ya en la prosa castellana de Alfonso el Sabio y el infante D. Fadrique, ya en la catalana del Libro de las Bestias, de Raimundo Lulio.
Insensiblemente vamos invadiendo el campo de la Edad Media, al cual la decadencia griega nos ha arrastrado; pero conviene dar un salto atrás, para fijarnos en los escasos, pero muy curiosos, productos de la novela latina. Redúcense, como es sabido, á dos obras, la de Petronio y la de Apuleyo, si bien algunos añaden, con poco fundamento, la alegoría pedagógica y enciclopédica de Marciano Capella sobre las Bodas de Mercurio con la Filología, y la Vida de Alejandro, por Quinto Curcio, que es historia anovelada y en muchas partes indigna de fe, pero de ningún modo novela histórica, como no lo es tampoco, aunque sea mucho más fabulosa, la del Pseudo-Calístenes, tan importante para los orígenes de la leyenda de Alejandro y sus transformaciones en la Edad Media. No lo son menos para el ciclo troyano los libros apócrifos que llevan los nombres de Dictys cretense y Dares frigio, pero más que novelas propiamente dichas son una prosaica degeneración y miserable parodia de la epopeya homérica, á la cual suplantaron en Europa hasta que amaneció la luz del Renacimiento[1].
Petronio y Apuleyo son, pues, los únicos representantes de la novela latina, á no ser que queramos añadir á Ovidio como autor de deliciosos cuentos en verso (que á esto se reducen las Metamorfosis), donde las aventuras y transformaciones de los dioses
- ↑ En este imperfectísimo bosquejo de la novela antigua me he guiado únicamente por la impresión y el recuerdo de mis propias lecturas de los textos clásicos, puesto que á nada conduciría extractar lo que ya dicen, y dicen muy bien, las obras especiales sobre este argumento, entre las cuales merece la palma la de E. Rhode, Der griechische Roman und seine Vorlaüfer (Leipzig, 1876). Para las últimas imitaciones bizantinas debe consultarse también la excelente Geschichte der byzantinischen Literatur, de Carlos Krumbacher (Münich, 1891). La Histoire du roman dans l'antiquité, de A. Chassang (1862), es un inventario crítico muy apreciable, pero acaso su erudito autor amplía demasiado el concepto de la novela, confundiéndole con el de la falsa historia, y se detiene poco en las novelas propiamente dichas. La antigua History of fiction, de Dunlop, todavía es útil por lo copioso de sus análisis; pero más bien que en el original inglés, debe ser consultada en la traducción y refundición alemana de Félix Liebrecht, uno de los fundadores de la novelística comparada (Geschichte der Prosadichtungen, Berlín, 1851). Contiene ideas originales, expuestas con ingenioso talento crítico, la pequeña y sustanciosa obra del profesor norteamericano F. M. Warren, A History of the novel previous to the seventeenth century (New-York, 1895).