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posdata de la última con trémula energía. Aun no habiendo sido Lydia nunca su favorita, los señores de Gardiner no pudieron menos de afectarse profundamente. No sólo a Lydia, sino a todos alcanzaba eso; y así, pasadas las primeras exclamaciones de sorpresa y horror, el señor Gardiner prometió cuanta asistencia estuviese en sus manos. Isabel, aun no esperando menos, agradecióselo con lágrimas de gratitud, y animados todos tres de un mismo pensamiento determinaron al punto todo lo referente a su viaje. Iban a partir lo antes posible.

—Pero ¿qué haremos en lo relativo a Pemberley? —exclamó la señora de Gardiner—. John nos ha comunicado que el señor Darcy estaba aquí cuando enviaste por nosotros; ¿es cierto?

—Sí; y le dijo que no estábamos en disposición de cumplir nuestro compromiso. Todo eso queda arreglado.

—Todo arreglado—repitió la otra, mientras corría a prepararse—; y ­¿son ésos términos para descifrar la verdad? ¡Ojalá me fuera dado saber lo que hay ahí!

Mas esos deseos eran en balde, o a lo sumo podían servirle para entretenerla en su apresuramiento y confusión en la hora que siguió. Si Isabel hubiera tenido posibilidad de estar ociosa habría supuesto que todo trabajo era irrealizable para una desgraciada como ella; mas tenía tantas ocupaciones como su tía, y entre otras, poner tarjetas a todos los amigos de Lambton con mentidas excusas por su repentina marcha. Pero en una hora todo