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se hubiese comprometido deliberadamente para la fuga sin intención de casarse, no veía dificultad en creer que ni su virtud ni su cabeza la hubieran preservado de caer como presa fácil.

Mientras el regimiento estuvo en el condado de Hertford jamás notó que Lydia albergase parcialidad ninguna por Wickham; pero estaba convencida de que Lydia sólo habría necesitado algún incentivo para aficionarse a cualquiera. Unas veces un oficial, otras otro, había sido su favorito, según las atenciones de los tales los elevaba en su opinión. Sus afectos siempre habían permanecido fluctuantes, mas jamás sin un objeto. ¡Ah! ¡Con qué agudeza sentía ahora los daños del descuido y de la errada indulgencia con semejante muchacha!

Ansiaba vivamente estar en su casa para oír, para ver, para encontrarse en situación de compartir con Juana los cuidados que en la actualidad tenían que pesar sólo sobre ella, con una familia tan loca, un padre ausente y una madre incapaz de esfuerzo y requiriendo constante atención; y aun casi persuadida de que nada cabría hacer por Lydia, la ayuda de su tío parecíale de importancia máxima, y así, hasta que él entró en el cuarto fué grande el suplicio en que le puso su impaciencia. Los señores de Gardiner habían regresado aprisa y alarmados, suponiendo por el recado que su sobrina se había puesto enferma; y tras de tranquilizarlos ella al instante sobre ese extremo, comunicóles con gran ansiedad la causa de su llamada, leyéndoles en voz alta las dos cartas e insistiendo en la