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—Acaso no en lo que atañe al olvido de su propio interés; pero de los otros olvidos lo juzgo capaz. ¡Si fuera como suponéis! Mas no oso esperarlo. ¿Por qué no haber ido a Escocia siendo ése el caso?

—En primer lugar—arguyó el señor Gardiner—no hay prueba completa de que no hayan ido.

—¡Oh! ¡Pero el cambio de la silla de postas por un coche común es indicio tal de ello! Además, no se ha encontrado rastro de ellos en el camino de Barnet.

—Bien; pues supongamos que están en Londres. Pueden hallarse allí con propósito de ocultarse y no con otro más particular. No es probable que abunde mucho el dinero por parte de ninguno, y habrán podido conocer que se casarían con mayor economía, aunque no con igual prontitud, en Londres que en Escocia.

—Pero ¿a qué ese secreto? ¿Por qué había de ser privado su casamiento? Por Juana sabes que el más íntimo amigo de él opinaba que jamás pensó en casarse con Lydia. Wickham no se casará nunca con una mujer sin algún dinero: él no lo puede aportar. Y ¿qué títulos posee Lydia, qué atractivos, aparte de la salud, la juventud y el buen humor, que puedan forzar a él a privarse por ella de toda posibilidad de beneficiarse con un buen casamiento? No me es dado apreciar con exactitud hasta qué punto podría infamarle en su Cuerpo una fuga deshonrosa con ella, pues ignoro los efectos que un paso así habría de producir; mas en cuan-

Orgullo y prejuicio.—T. II.
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