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carta de Lydia la había preparado para ese trance. Parece que había conocido que se amaban desde hacía varias semanas.

—Pero no antes de irse a Brighton.

—Creo que no.

—Y el coronel Forster, ¿parecía opinar mal del propio Wickham? ¿Conoce su verdadero modo de ser?

—He de confesar que no habló de él tan bien como lo hacía antes. Lo juzgaba imprudente y desatado. Y después del triste suceso dícese que dejó en Meryton grandes deudas; mas espero que eso resulte falso.

—¡Oh Juana!; ¡si hubiéramos sido menos reservadas, diciendo lo que sabíamos de él, no habría ocurrido esto!

—Acaso habría sido mejor—repuso su hermana—. Mas publicar las faltas anteriores de una persona desconociendo cuáles son sus sentimientos en el momento parece injustificable. Nosotras obramos con la mejor intención.

—¿Repitió el coronel Forster las particularidades de la esquela de Lydia a su mujer?

—La trajo consigo para que la viésemos. Juana entonces sacóla de su libro de bolsillo y dióla a Isabel. Este era su contenido:


«Querida Enriqueta: Te vas a reír al saber a dónde me he ido, y yo misma no puedo dejar de reírme pensando en tu sorpresa de mañana cuando me eches de menos. Voyme a Gretna Green; y