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pero he supuesto que pudiera usted tener alguna buena noticia de la capital y por eso me he tomado la libertad de venir a preguntárselo.

—¿Qué dice usted, Hill? No he sabido nada.

—Querida señorita—exclamó la señora Hill con gran asombro—, ¿ignora usted que ha venido un propio para el amo, enviado por el señor Gardiner? Ha estado aquí media hora, y el amo ha tenido una carta.

Corrieron entonces las dos muchachas, sobrado ansiosas de llegar para seguir conversando; pasaron del vestíbulo al cuarto de almorzar y de allí a la biblioteca; mas su padre no se hallaba en ninguno de esos sitios; y ya iban a buscarlo por arriba, donde estaba su madre, cuando se encontraron con el despensero, quien les dijo:

—Si buscan ustedes a mi amo, señoritas, sepan que está paseando por el sotillo.

Con tales informes, al punto volvieron a atravesar el vestíbulo y, cruzando la pradera, corrieron tras de su padre, el cual deliberadamente seguía su camino hacia un bosquecillo al lado de la cerca.

Juana, que no era tan ligera ni tenía la costumbre de correr que Isabel, quedóse atrás, mientras que su hermana llegaba palpitante a aquél y exclamaba con ansia:

—Papá, ¿qué noticias, qué noticias hay? ¿Has sabido algo de mi tío?

—Sí, he tenido una carta suya por un propio.

—Bien, y ¿qué nc ticias trae, buenas o malas?

—¿Qué se podía esperar de bueno?—dijo él sa-