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—Yo no me escapo, papá—dijo Catalina, colérica—. Si yo hubiera ido a Brighton me habría portado mejor que Lydia.

—¡Ir tú a Brighton! ¡No me fiaría de ti, ni en un sitio tan próximo como Eastbourne, por cincuenta libras! No, Catalina. Al fin he aprendido a ser cauto, y tú sentirás los efectos. No volverá a mi casa un oficial ni aun yendo de camino. Los bailes quedan en absoluto prohibidos, a no ser que asistáis a ellos con una de vuestras hermanas, y jamás saldréis de la puerta de casa sin haber demostrado que habéis vivido diez minutos del día de una manera razonable.

Catalina, que tomó por lo serio todas esas amenazas, comenzó a gritar.

—Bien, bien—dijo él—; no te hagas tú misma desgraciada. Si eres buena muchacha durante los diez primeros años, al cabo de ellos te llevaré a presenciar una revista.


CAPITULO XLIX

Dos días después del regreso del señor Bennet, mientras Juana e Isabel paseaban juntas por el plantío de arbustos posterior a la casa, vieron al ama de llaves que venía hacia ellas, y calculando que era por llamarlas de parte de su madre, corrieron a su encuentro; mas, en vez del aviso esperado, dijo ella a Juana cuando estuvieron cerca:

—Dispense usted, señorita, que la interrumpa;