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Pemberley, y cuya buena conducta en el desempeño de su cargo inclinó, como era natural, a mi padre a favorecerle; y el cariño de éste se manifestó, por lo tanto, de modo liberal para con Jorge Wickham, que era su ahijado. Sostúvole en la escuela y después en Cambridge con importantes auxilios, ya que su padre, siempre pobre por las extravagancias de su mujer, había sido impotente para darle educación de caballero. El mío, no sólo gustaba de la compañía del muchacho, cuyas maneras eran siempre atrayentes; tuvo también la más alta opinión de él, y esperando que la Iglesia fuera su profesión, trató de proveerle en ella. En cuanto a mí, hace muchos, muchos años que principié a pensar de él de muy diferente manera. Las propensiones viciosas; la falta de principios, que cuidaba de ocultar al conocimiento de su mejor amigo, no pudieron escapar a la atención de un joven de casi su misma edad y que tenía que observarle en momentos de espontaneidad que el señor Darcy no tenía. De aquí en adelante habré de apenar a usted, aunque sólo usted pueda decir hasta qué grado; pero cualesquiera que sean los sentimientos que el señor Wickham haya despertado, sospecha de tal naturaleza no me ha de impedir desenmascarar su verdadero carácter: eso será justamente otro motivo.

»Mi excelente padre murió hace cinco años, y su afecto hacia el señor Wickham siguió tan constante hasta el fin que en su testamento lo recomendó en particular a mí para que procurase su adelanto del