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cuantos no se hallaran inmediatos al lugar del suceso.

No temía que el hecho se propagase por conducto de él. Pocos habría en cuyo secreto hubiera puesto ella mayor confianza; pero, a la par, no había nadie cuyo conocimiento de una flaqueza de su hermana hubiérale mortificado tanto; y no por temor a que de ello se siguiera alguna desventaja individual para sí, porque, de todas suertes, parecía mediar entre ambos un abismo invencible. Aun habiéndose arreglado el matrimonio de Lydia de la manera más honrosa, no era dado suponer que Darcy quisiera emparentar con una familia que a todos sus demás reparos iba a añadir ahora la alianza y parentesco más íntimo con el hombre que con tanta justicia él despreciara.

Ante una cosa así no podía extrañar ella que él retrocediese. El deseo de granjearse su afecto, de que ella se había percatado juzgando los sentimientos de él en el condado de Derby, no podía sobrevivir razonablemente a semejante golpe. Veíase, pues, humillada, entristecida; arrepentíase, aun sabiendo con dificultad de qué. Ansiaba su estimación cuando ya no podía esperar obtenerla; necesitaba oírle cuando semejaba existir la menor probabilidad de avenencia; estaba convencida de poder haber sido dichosa con él cuando no era regular que se encontrasen más.

«¡Qué triunfo para él—pensaba a menudo—si supiera que las proposiciones que con orgullo des-