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Su marido dejábela hablar sin interrumpirla mientras los criados estaban presentes. Mas cuando se marcharon le dijo:

—Antes de tomar alguna de esas casas, o todas ellas, para tu hija vamos a entendernos. Hay una de las casas de esta vecindad donde nunca serán admitidos. No excitaré la carencia de pudor de ninguno de los dos recibiéndolos en Longbour.

Larga disputa siguió a esa declaración; pero el señor Bennet se mantuvo firme. Pasóse de ese punto a otro; y la señora de Bennet vió con asombro y horror que su marido no quería adelantar ni una guinea para comprar vestidos a su hija. Protestaba que no recibiría de él ni la menor prueba de afecto con ese motivo. La señora de Bennet no podía comprenderlo; excedía a cuanto imaginaba posible el que la ira de su marido alcanzase tan inconcebible grado de resentimiento como el de retirar a su hija un privilegio sin el cual su matrimonio apenas parecería válido. Más sensible era a la desgracia que la falta de vestidos había de reportar a la boda de su hija que a ninguna suerte de vergüenza por la fuga de ésta y su vida con Wickham quince días antes de que semejante boda se celebrara.

Isabel sentía ahora de modo más profundo haber llegado, impelida por el pesar del momento, a hacer partícipe a Darcy de los temores por su hermana, pues ya que el casamiento iba a dar en breve término feliz a la fuga, debía suponerse que se ocultarían los desfavorables comienzos del asunto a