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dia, y la señora de Bennet se vió forzada a una separación que tenía visos de continuar por lo menos un año, ya que de ningún modo entraba en los planes de su marido el ir todos a Newcastle.

—¡Ah mi querida Lydia!—exclamaba—. ¿Cuándo nos volveremos a ver?

—¡Dios mío!; no lo sé; acaso no sea en dos o tres años.

—Escríbeme muy a menudo, querida mía.

—Tan a menudo como pueda. Pero ya sabes que las mujeres casadas no disponen jamás de mucho tiempo para escribir. Mis hermanas son quienes podrán escribirme; no tendrán otra cosa que hacer.

La despedida fué mucho más afectuosa por parte de Wickham que por la de su mujer. Sonrióse, miró bonitamente y dijo cosas encantadoras.

«Es un muchacho fino—dijo el señor Bennet en cuanto salieron de la casa—como no he visto jamás. Sonríe y nos hace la corte a todos. Me siento orgulloso de él. Desconfío de que el propio señor Guillermo Lucas resultara mejor yerno.»

La pérdida de su hija sumió a la señora de Bennet en tristeza por varios días.

—Siempre creí—decía—que nada había peor que separarse de las personas queridas. ¡Se ve una tan desamparada sin ellas!

—Pues ya lo ves; ésa es una consecuencia de casar a las hijas—dijo Isabel—. Te quedarás más satisfecha con que las otras cuatro sigamos solteras.

—No hay tal. Lydia no me abandona por verse casada, sino porque el regimiento de su marido está