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—¿Has oído eso? Sí, algo había así; de esa manera te lo conté la primera vez; debes recordarlo.

—También oí que hubo un tiempo en que el componer sermones no era para ti cosa tan grata como parece serlo ahora; que entonces declaraste tu resolución de no ordenarte nunca, y que el asunto se zanjó en armonía.

—¡Sí!; no deja eso de tener fundamento. Debes recordar lo que te dije en cuanto a lo mismo cuando hablamos de ello la primera vez.

Hallábanse a la sazón ya casi a la puerta de la casa, pues Isabel había seguido paseando por desembarazarse de él; y no queriendo provocarle, en atención a su hermana, díjole sólo, con sonrisa de buen humor:

—Vamos, Wickham; somos hermano y hermana, ¿sabes? No disputemos sobre lo pasado. En adelante supongo que siempre pensaremos igual.

Dióle la mano; él la besó con afectuosa galantería, aunque apenas sabía qué cara poner, y penetraron en la casa.

CAPITULO LIII

Wickham quedó tan por completo satisfecho con esta conversación, que nunca más se afligió a sí mismo ni provocó a su querida hermana Isabel volviendo a la carga, y ella se alegró de haber dicho lo suficiente para que el otro se quedase quieto.

Pronto llegó el día de la partida de él y de Ly-