Página:Orgullo y prejuicio - Tomo II (1924).pdf/179

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido corregida
177
 

sin cambiar de color. Hacía muchos meses que no mencionaba el nombre de Bingley a Isabel; mas ahora, en cuanto se vieron juntas, le dijo:

—He notado, Isabel, que me mirabas hoy cuando mi tía hablaba de la noticia del día, y sé que te habré parecido triste; mas no te figures que es por ninguna necedad. Me quedé confusa sólo por un momento porque conocí que se me observaría. Asegúrote que la noticia no me afecta ni placentera ni tristemente. Me alegro de una cosa: de que viene solo, porque así le veremos menos. No es que tenga miedo de mí, pero temo la observación de los demás.

Isabel no sabía qué pensar. A no verle en el condado de Derby, habría podido suponerle capaz de venir tan sólo por el motivo de referencia; mas todavía lo juzgaba interesado por Juana, y hasta se arriesgaba a la probabilidad de que viniera con autorización de su amigo o fuese lo suficientemente atrevido para venir sin ella.

¡Es decir—pensaba a veces—, que este pobre hombre no puede venir a una casa alquilada legalmente sin levantar esta polvareda! Quiero abandonarle a sí propio.

A pesar de cuanto su hermana declaraba, y ella creía en realidad que eran sus sentimientos, Isabel pudo notar que al esperar la venida, aquélla hallábase afectada. Estaba más turbada, más desigual que la había visto por lo común.

El tema que con tanto calor se discutía entre sus padres hacía un año surgió ahora de nuevo.