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—Querido mío, supongo que en cuanto llegue el señor Bingley irás a visitarle.

—No, no; me obligaste a hacerlo el año pasado, prometiéndome que si iba se casaría él con una de mis hijas. Pero como eso acabó en nada, no quiero volver a ser enviado como nuncio de locos.

Su mujer le hizo presente cuán absolutamente necesaria sería esa atención por parte de todos los caballeros de la vecindad cuando aquél llegase a Netherfield.

—Eso es una etiqueta que desprecio—repuso él—. Si necesita nuestra compañía, que la busque; ya sabe dónde vivimos. No puedo gastar tiempo en correr tras todos los vecinos cuantas veces van y vuelven.

—Bien; será cosa feísima que no le visites; mas estoy resuelta a que eso no impida, sin embargo, que le convide a comer aquí. En breve hemos de tener a la señora Long y a los Gouldings, y como esos harán trece con nosotros habrá justamente lugar en la mesa para él.

Consolada con esta resolución, quedó perfectamente dispuesta a soportar la falta de cortesía de su esposo, por más que resultase muy mortificante que, debido a aquélla, todos sus vecinos pudieran ver antes que ellos a Bingley. Al aproximarse el día del arribo Juana dijo a su hermana:

—Después de todo, empiezo a entristecerme de que venga. No ha de importarme nada; le podré ver con completa indiferencia; pero casi no puedo resistir que se hable de él perpetuamente. Mi ma-