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No he estado acostumbrada a lenguaje como ése. Soy casi la parienta más próxima que mi sobrino tiene en el mundo, y poseo títulos para conocer todos sus más caros afectos.

—Pero no los posee usted para conocer los mios, ni proceder como el de usted es para inducirme jamás a ser más explícita.

—Entiéndame usted bien. Ese casamiento a que tiene usted la pretensión de aspirar nunca podrá realizarse; no, nunca. El señor Darcy está comprometido con mi hija. ¿Qué tiene usted ahora que decir?

—Esto solo: que si es así no puede usted tener razón para suponer que él me hiciera proposiciones a mí.

Lady Catalina vaciló por un momento y al cabo replicó:

—El compromiso entre ambos es muy especial. Desde su infancia han sido destinados el uno para el otro. Era ése el deseo favorito lo mismo de la madre de él que de la de ella. Desde que nacieron proyectamos su unión; y ahora, en el momento en que los anhelos de ambas hermanas iban a realizarse, ¿ha de verse impedido ese matrimonio por una joven de inferior nacimiento, sin importancia en el mundo y por completo ajena a la familia? ¿No tiene usted en cuenta los deseos de las personas que le quieren referentes a su tácito compromiso con la señorita de Bourgh? ¿Ha perdido usted todo sentimiento de decencia y delicadeza? ¿No me ha oído usted decir que desde los primeros instantes ha sido destinado para su prima?