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venir de tan lejos. ¿Qué se propone usted con eso?

—Ante todo, tratar de que esa noticia quede rectificada en todas partes.

—La venida de usted a Longbourn a verme a mí y a mi familia —dijo con frialdad Isabel— servirá más bien de confirmación de la misma, si es que la tal noticia se ha dado de veras.

—¡Si se ha dado! ¿Pretende usted, pues, ignorarlo? ¿No se ha hecho circular mañosamente por usted misma?

—Jamás la he oído.

—Y puede usted declarar también que no hay fundamento para ella?

—No puedo tener igual franqueza que Vuestra Señoría. Usted puede preguntar cosas que yo no tenga a bien contestar.

—¡Eso no puede sufrirse! Señorita de Bennet, insisto en que se me satisfaga. ¿Le ha hecho a usted mi sobrino ofrecimiento de matrimonio?

—Vuestra Señoría ha declarado ya que eso era imposible.

—Debe serlo, tiene que serlo mientras él conserve el uso de la razón. Pero sus artes de usted y sus seducciones pueden haberle hecho olvidar en un momento de ceguera lo que debe a toda su familia y a sí mismo. Puede usted haberle arrastrado a eso.

—Si lo he hecho, seré la última persona que lo confiese.

—Señorita de Bennet, ¿sabe usted quién soy yo?