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tan íntimo de Bingley y ella hermana de Juana, tuvo todo esto por suficiente para que hubiese brotado aquella idea, ya que la esperanza de una boda predisponía a suponer otra. No había dejado de pensar que el matrimonio de su hermana habíalos de juntar con más frecuencia, y acaso por eso sus vecinos los de Lucas—por cuya correspondencia con los Collins suponía que habría llegado la misma a lady Catalina—podrían haber dado por cierto e inmediato lo que ella había entrevisto como posible para más adelante.

Pero meditando sobre las palabras de lady Catalina no pudo evitar cierta intranquilidad por las consecuencias posibles de proseguir en su intromisión. De lo dicho por ella sobre su resolución de impedir el casamiento dedujo Isabel que había pensado interpelar a su sobrino, y no osaba decidir cómo tomaría él la relación consiguiente de los peligros que entrañaba su enlace con ella. Desconocía el grado exacto del afecto de él por su tía y el de su dependencia de los juicios de ésta; mas era lógico suponer que pensara de Su Señoría más altamente que ella misma, y estaba segura de que al enumerarle las desdichas de un matrimonio con quien tenía parientes inmediatos tan desiguales a los suyos le atacaría su tía por el lado más flaco. Con las ideas de él sobre la dignidad creía Isabel probable que los argumentos que ante ella habían pasado por tan débiles y ridículos parecerían a él contener muy buen sentido y sólida dialéctica.

Si antes, pues, habíase visto él vacilante sobre