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y despacio a la misma. Oyó partir el coche cuando subía la escalera. Su madre, impaciente, salióle al encuentro a la puerta del tocador para preguntarle cómo no había vuelto lady Catalina a descansar.

—No lo ha tenido a bien —díjole su hija—; se ha marchado.

—¡Es una mujer que parece finísima! ¡Y su visita aquí ha sido el colmo de la cortesía!; porque supongo que habrá venido sólo a decirnos que los Collins estaban bien. Supongo que iría a algún sitio y al pasar por Meryton pensó que podría visitarnos. Supongo que no tendría nada de particular que decirte, Isabel.

Esta vióse obligada a lanzar aquí una mentirilla, porque revelar la substancia de su coloquio era imposible.

CAPITULO LVII

La descomposición de ánimo en que esa extraordinaria visita puso a Isabel no pudo vencerla ésta sin dificultad, y durante muchas horas fuéle imposible dejar de pensar en ella incesantemente. Parecía que lady Catalina se había tomado la molestia de su viaje desde Rosing con el solo propósito de echar por tierra su supuesto arreglo con Darcy; y aunque eso semejaba proyecto muy admisible en ella, Isabel no podía imaginar de ningún modo de dónde podía haber surgido la noticia de arreglo semejante, hasta que, recordando ser él amigo