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blemente no te habrá mirado en la vida! ¡Es estupendo!

Isabel trató de unirse a la broma de su padre, mas sólo consiguió esforzarse hasta una sonrisa muy tímida. El humor de su padre jamás se había encaminado por senda tan desagradable para ella.

—¿No te ha divertido?

—¡Oh, sí! Suplícote que sigas leyendo.

»En cuanto mencioné la noche pasada a Su Señoría la posibilidad de ese casamiento, al punto expresó ella con su habitual condescendencia sus sentimientos sobre el asunto. Si resultase cierto, por varias objeciones relativas a la familia de mi prima, jamás daría ella su consentimiento para lo que considera desgraciadísima unión. Yo pensé que mi deber me imponía el comunicar esto cuanto antes a mi prima, para que ella y su noble admirador sepan lo que hay sobre ello y no se apresuren a efectuar un matrimonio que no ha sido convenientemente sancionado.

—Además añade Collins:

»Me alegro de veras de que la cuestión de tu hija Lydia se haya arreglado tan bien, y sólo lamento que se extendiera la noticia de que vivieron juntos antes de que el casamiento se celebrase. Mas no he de olvidar lo que debo a mi situación, conteniéndome de declarar mi asombro al saber que habías recibido a la joven pareja en tu casa en cuanto estuvieron casados. Eso fué alentar e vicio; y si yo hubiera sido rector de Longbourn me habría opuesto a ello con gran decisión. Cierto que