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proceder con usted entonces merecía el más severo reproche. Aquello fué imperdonable; no puedo pensar en ello sin horror.

—No disputemos sobre quién merece mayor censura por lo de aquella tarde—dijo Isabel—. Mirándolo bien, no puede resultar irreprochable la conducta de ninguno de los dos. Pero me parece que ambos hemos ganado en cortesía desde entonces.

—No me es dado reconciliarme conmigo mismo con tanta facilidad. El recuerdo de lo que entonces dije, de mi conducta, de mis modales, de mis expresiones durante todo aquello, es ahora, y ha de serlo por muchos meses, inexplicablemente penoso para mí. No olvido nunca su frase de usted, tan bien aplicada: «Si se hubiera usted conducido más caballerosamente.» Esas fueron sus palabras. No sabe usted, no puede concebir cuánto me han torturado; por más que confieso haber pasado algún tiempo antes de ser lo suficientemente razonable para hacerles justicia.

—Bien cierto es que estaba yo muy lejos de suponer que causaran a usted tan triste impresión. No tenía la menor idea de que pudiesen sentirse jamás así.

—Fácil me es el creerlo. Me suponía usted a la sazón vacío de todo sentimiento elevado; estoy seguro. Nunca olvidaré tampoco su talante de usted al decirme que no podía haberme dirigido a usted de modo ninguno que le decidiera a aceptarme.

—¡Oh!, no repita usted lo que dije entonces; ese recuerdo no ha de perdurar. Aseguro a usted que