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Isabel, todavía más afectada, estuvo vehemente y solemne en su contestación; y al fin, con repetidas aseveraciones de que Darcy era de veras el objeto de su elección; con exponer el cambio gradual que había experimentado en cuanto a su estimación; con hacer constar su seguridad absoluta de que el afecto de él no era cosa de un día, sino que había resistido la prueba de muchos meses, y enumerar con energía todas sus buenas cualidades, venció la incredulidad de su padre, logrando reconciliarle con ese casamiento.

—Bien, querida mía—díjole él cuando terminó de hablar—, no tengo más que decirte: si es así, te merece. No te habría entregado, Isabel mía, a otro que valiera menos.

Para completar la impresión favorable refirió entonces ella a su padre lo que Darcy había hecho espontáneamente por Lydia.

—¡Esta es noche de asombros en verdad! ¿De modo que Darcy hizo todo: llevó a cabo el casamiento, dió el dinero, pagó las deudas del pollo y le obtuvo el destino? Tanto mejor: me libraré de un mundo de confusiones y de economía. Si hubiera sido cosa de tu tío habría tenido que pagarle, y lo habría hecho; pero estos enamorados violentos cargan con todo. Mañana le ofreceré pagarle; él protestará y se enfadará por amor a ti, y así concluirá la cuestión.

Recordó entonces su padre el embarazo que mostraba ella cuando le leía la carta de Collins, y tras de bromear con ella algún tiempo, al cabo permi-