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y quizá la mayor, de las contribuciones impuestas a su paciencia; y aunque dicha señora, lo mismo que su hermana, le profesaba sobrado respeto para hablarle con la familiaridad a que el buen humor de Bingley prestaba alientos, no obstante, cuando hablaba tenía que resultar vulgar. Ni el respeto a él, que la hacía más moderada, pudo tornarla más distinguida. Isabel hacía cuanto le era dado para protegerle contra todos, ansiando tenerle siempre solo para sí y para aquellos de su familia con quienes podía él hablar sin mortificación; y aunque los sentimientos molestos que de todo eso brotaron quitaron al período de noviazgo muchos de sus placeres, añadieron mayores esperanzas para lo por venir; y así, ella miraba con delicia adelante, al tiempo en que estuviesen separados de sociedad tan poco grata a ninguno de los dos y disfrutando de la comodidad y elegancia de su tertulia familiar de Pemberley.

CAPITULO LXI

Dichoso para todos sus sentimientos maternales fué el día en que la señora de Bennet se separó de sus dos más beneméritas hijas.

Puede suponerse con cuán delicioso orgullo visitó después a la señora de Bingley y habló de la señora de Darcy. Desearía poder decir, en atención a su familia, que el cumplimiento de sus más caros anhelos con el casamiento de tantas de sus hijas