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sentir confianza con ella, no pudo evitar el remitirle una contestación mucho más amable de la que pensaba que merecía.

El gozo que la señorita de Darcy manifestó al recibir noticia análoga fué tan sincero como el de su hermano al comunicársela. Cuatro páginas de papel parecían insuficientes para expresar toda su satisfacción y todo su vivo deseo de ser amada por su hermana.

Antes de poder llegar respuesta ninguna de Collins ni felicitación alguna de su esposa para Isabel, la familia de Longbourn oyó que los Collins en persona iban a venir a casa de los Lucas. La razón de traslado tan repentino hízose pronto conocer. Lady Catalina se había enfadado tan excesivamente con el contenido de la carta de su sobrino, que Carlota, que de veras se alegraba del casamiento, hallábase deseosa de marcharse hasta que pasara la tempestad. En semejante ocasión, la llegada de su amiga fué un verdadero placer para Isabel; aunque en el curso de sus entrevistas con ella hubo de dar a veces por aguado semejante placer al ver a Darcy expuesto a toda la pomposa y molesta cortesía del marido de aquélla. Mas Darcy lo soportó todo con admirable calma. Hasta pudo escuchar también a sir Guillermo Lucas cuando le cumplimentó por llevarse la más brillante joya de la comarca y le comunicó sus esperanzas de encontrarse todos con frecuencia en St. James. Si se encogió de hombros fué sólo después de perder de vista a sir Guillermo.

La vulgaridad de la señora de Philips fué otra,