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o a baños, y con los Bingley estaban ambos con frecuencia; tanto, que hasta el buen humor de Bingley se acabó y llegó a hablar de insinuarles que se marcharan.

La señorita de Bingley quedó muy resentida con el casamiento de Darcy; mas en cuanto se creyó con derecho a visitar Pemberley pasósele el resentimiento: fué más afecta a Georgiana que nunca, casi tan atenta con Darcy como hasta entonces, y pagó todos sus atrasos de cortesía a Isabel.

Pemberley fué ahora la morada de Georgiana, y el afecto suyo a su hermana fué exactamente como Darcy había esperado. Fueron ambas capaces de amarse mutuamente cuanto quisieron. Georgiana tenía la más elevada idea de Isabel, aunque al principio se asombrase y casi se alarmase al escuchar la juguetona manera de hablar que empleaba con su hermano; a quien le había inspirado siempre respeto tal que casi sobrepujaba al cariño, veíalo ahora objeto de francas bromas. Su entendimiento recibió nociones que nunca se habían interpuesto en su camino. Con la instrucción de Isabel comenzó a comprender que una mujer puede tomarse con su marido libertades que un hermano jamás puede tolerar de una hermana diez años menor que él.

Lady Catalina indignóse de modo extraordinario con el casamiento de su sobrino; y como abrió la puerta a toda su genuina franqueza al contestar a la carta en que él le comunicaba su arreglo, usó un lenguaje tan extremado, en especial al referirse